Hoy sé que no debería escribir nada. Cuando mi corazón supera a la razón se que no debo escribir o hablar.
Yo tenía unos planes, iba a ser un día tranquilo, un sábado más con mi rutina del curso y después un rato a la playa o a cualquier sitio donde pudiera estar sola.
Después de dos semanas de intensa socialización necesitaba preparar mi mente para lo que iba a ocurrir el domingo, algo que iba a influir en los próximos cuatro años de mi vida.
Con el atentado, todo mi mundo se trastoca. Mis raices y mis miedos vuelven. No puedo escapar de esa realidad que me acompaña como persona y que me acompaña ahora también como ciudadana.
Pase lo que pase el domingo, las cosas hoy han cambiado.
¿Qué importa quién gane o quién pierda? si no conseguimos después de treinta años derrotar a ETA, ¿para qué sirve la política?.
Yo sé dónde estoy, por qué estoy y qué es lo que hago para cambiar el mundo pero cosas cómo esta me dan un guantazo en la cara y me dicen que, aquellos que hace diez años dejaban solas a las víctimas de ETA siguen, dejandonos solos.
Jamás la sociedad ha sido capaz de entender lo que es el miedo, lo que es estar al final de la diana de un gatillo, lo que es ser objetivo de unos asesinos. Hoy creen que las palabras o los gestos son capaces de convertir a los lobos en corderos. Pero resulta que ni son lobos ni son corderos, sólo son unos asesinos.
Hoy había quién preguntaba porqué habían hecho esto, y se respondían con claras estrategias políticas. ETA hace muchos años que dejó de ser política, de hacer política, de creer en la política. ETA sólo sabe matar, matar por matar, como psicopatas sólo por el simple hecho de meter miedo y de demostrar superioridad. Sólo se puede saber en lo que piensan si fueramos como ellos, si fueramos capaces de esperar a alguien en la puerta de su casa, mirarle a la cara y disparar.
En la jornada de reflexión no pensaré en mi, ni en mi vida profesional, ni en mi partido. Yo sólo pensaré en aquella niña que veía por la tele cómo mataban a compañeros de su padre o cómo al llegar del colegio, a veces, no podía entrar en su casa porque había amenazas de bomba.
Allí sólo estaba esa niña, su familia y su otra familia, la Guardia Civil.
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