"Los seres humanos distinguimos perfectamente cuando nos sentimos libremente enamorados y cuando nos sentimos adictos a una persona.
Si queremos a alguien y sentimos que podemos escoger entre esa persona y otras alternativas de vida, nos sentimos orgullosos de nuestro amor. Presumimos de él, no lo ocultamos. Creemos que la otra persona extrae lo mejor de nosotros mismos y por eso no sentimos que hay poca distancia entre lo que nos dicta el cerebro y lo que nos dicta el corazón. Cuando intuimos que amamos libremente, nuestras emociones y nuestra mente caminan juntas hacia la otra persona.
Sin embargo, cuando nos sentimos adictos a alguien, nos avergonzamos de esa dependencia. Sabemos que nuestra necesidad del otro extrae lo peor de nosotros mismos, nuestro lado más oscuro. El corazón y el cerebro están separados: la mente sabe perfectamente que la historia no merece la pena y acabará tarde o temprano. Pero, de momento, el corazón nos pide buscar a nuestro ser amado porque siente miedo a la sensación de aislamiento que seguiría a la pérdida".
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