La situación de empate técnico que diagnostican las encuestas ante la convocatoria nacional de marzo parece preludiar un enfrentamiento entre dos enfoques interpretativos acerca de nuestra dinámica política. Dos visiones alternativas que nos permiten entender mejor tanto la actuación de los principales partidos como acaso el comportamiento final del electorado: por una parte, una interpretación centrista; por otra, una de tipo bipolar.
La interpretación centrista se basaría en el postulado de que el partido ganador resulta ser siempre aquel que el electorado percibe como mejor colocado en el centro del espectro ideológico: allí donde el potencial de voto, vinculado a las mayorías silenciosas, genera una mayor rentabilidad, imponiendo el predominio de unos valores inspirados en la seguridad, la moderación y el equilibrio. Se trata del parámetro más ajustado a la inercia del comportamiento de las democracias europeas durante las últimas décadas.
Paradójicamente, su vigencia se percibe en las argumentaciones críticas de los principales partidos contra sus propios contrincantes: el PSOE trata de hacer identificable al PP ante el electorado como un partido de "derecha extrema"; el PP trata de identificar la gestión de Zapatero como un aventurerismo improvisado, generador de todo tipo de incertidumbres e inseguridades. Ambos tratan así indirectamente de colocarse a sí mismos en el centro del espectro.
Sin embargo, la originalidad de la presente convocatoria consiste en que la extraordinaria victoria del PSOE en las pasadas elecciones no se basó en su apoyo en el electorado centrista, sino más bien en un bloque de protesta radical conformado a partir del conflicto de Iraq y movilizado durante las luctuosas jornadas previas a la cita electoral de marzo de 2004. En consecuencia, para las perspectivas electorales del PSOE existe la inevitable tentación de ensayar de nuevo el mismo modelo de comportamiento, inspirado en la dinámica bipolar.
Se trata de un enfoque que tiene un cierto éxito en los últimos tiempos en la medida en que se apoya generalmente en la movilización activa de minorías activistas y radicales (los llamados core supporters) que tienen unos perfiles fuertes y bien definidos, con un alto grado de visualización y atractivo ante los medios de comunicación, inspirando una visión competitiva y espectacular del proceso electoral, a modo de auténtico combate de boxeo: obispos frente a homosexuales, empresarios frente a inmigrantes, artistas frente a espectadores, etc.
El problema consiste en que la alta capacidad movilizadora de estos supporters depende de la creación de un clima de tensión y de un ambiente de fuerte crispación en el proceso competitivo; porque, en caso contrario, la apatía y el pasotismo preludian más bien una apuesta por la abstención, y entonces serán las mayorías silenciosas las que pueden acabar predominando. Este dilema estratégico parece estar presente en el modo como los principales partidos reaccionan ante los datos de los sondeos electorales que, de ser correctos, preludian un emocionante sprint final.
La única duda en esta ocasión vendría de algunas claves del pasado: si los sondeos señalan que el electorado popular está bien asentado, ello significa que el viejo "voto oculto" del PP habría desaparecido; es decir, que los encuestados no tratan ya de disimular su opción a favor del voto popular, como sucedía en España hace apenas una década. ¿Se han asegurado los investigadores de que es un dato correcto? Ciertamente, si hay algún sector del electorado que oculta su voto a favor del PP debe tratarse de unos electores muy astutos: si las encuestas cantaran claramente a favor del Partido Popular, la dinámica alternativa de agudizar la crispación por parte del PSOE sería ya imparable, y cualquiera sabe lo que pueden estar interpretando a estas alturas algunas células islamistas.
El verdadero problema en este caso consiste en que seguramente no es necesario crear un clima de crispación que sitúe al electorado ante un ambiente de crisis, porque la crisis parece que ya viene por sí misma en forma de recesión económica. Y a estas alturas todos sabemos que no hay Gobierno capaz de enfrentarse con éxito a la gestión de una crisis, sea del tipo que sea. Los gobernantes sólo consiguen cosechar éxitos electorales cuando los ciudadanos viven inmersos en el paradigma de la satisfacción colectiva, como sucede en Andalucía.
En consecuencia, parece que las claves de la recta final de la campaña dependerán más bien de la capacidad de los españoles para percibir la propia realidad, en torno a este elemental dilema: ¿hay o no hay crisis económica?.
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