No, no fumo y no, no he fumado nunca. Mentira, he fumado, he fumado mucho pero por obligación. Yo no compraba tabaco, ni encendía el cigarrillo pero he fumado tanto que a nadie le importaba si yo no quería hacerlo.
Porque eso es lo que pasa, da igual si tú fumas o no, te tragas el humo de los demás aunque no quieras o eres una antisocial.
Si tus amigos fumas terminabas yendo a los bares dónde se podía fumar; si tus jefes fuman, tu oficina apesta a trabajo; si tus padres fuman tu casa está llena de ceniceros y si tu novio fuma... estás perdida.
Socialmente los fumadores han impuesto sus reglas tanto es así, que se puede interrumpir cualquier reunión para ir a fumar o sólo está permitido que te ausentes de cualquier acto por ese motivo; que decir que esos minutos también se han convertido en perfectos para entablar relaciones más fraternales o profesionales. Sí, lo hago muchas veces, salgo a fumar aunque no encienda ningún cigarrillo.
Pero he de confesar que lo menos me gusta de fumar no es el olor, la sequedad de ojos o la suciedad de la ceniza; lo que más me molesta es la muestra de debilidad personal. Los fumadores dejan a la vista de todos su mayor punto flaco.
No sé si lo enseñaran en los cursos de negociación, en los que yo he estado no, pero si tu oponente es fumador lo tienes fácil si lo quieres distendido ponle un cenicero al lado. Si en cambio, lo quieres en tensión, alarga la reunión y no le permitas fumar.
Una de las primeras escenas de Salt, muestra como la protagonista Angelina Jolie comienza un interrogatorio colocándole al espía un cenicero con un paquete de tabaco. Este hecho es muy común en todas las escenas de interrogatorios, el cine no ha sido ajeno al lenguaje subconsciente de este gesto. Nuestra sociedad en cambio no.
La nueva Ley Antitabaco aparentemente convierte en "parias" a los fumadores, aunque a mí no me lo parece. Nos acostumbraremos a los espacios sin humo. Hace años cuando viví en Irlanda ya existían los espacios sin humo y en la puerta de los pubs existían unos espacios acotados con las típicas cuerdas rojas para fumar. A pesar del frío, los irlandeses salían y entraban y los españoles se acostumbraban en muy poco tiempo. Al fin y al cabo, el hombre es un animal de costumbres.
Pero la ley falla porque detrás de ella sólo hay una doble moralidad pero no existe una conciencia real de acabar con el tabaquismo. No olvidemos que los impuestos especiales son los que más carga tributaria tienen, no va a renunciar el Estado a esa gran fuente de ingresos al igual que nunca promoverán los coches electrónicos que eliminarían la recaudación por la gasolina.
Estamos ante una ley represiva, sólo y exclusivamente represiva, pero que no altera conductas sociales. Es más esta ley hace lo contrario de lo que aparentemente pretende, hace a los ciudadanos cada vez más dependientes. Si estamos ante gobiernos que deciden todo y cada una de nuestras esferas de nuestra vida, haremos ciudadanos sumisos y dependientes, sin seguridad personal. Ya se sabe que aquello que dijo Marx, la religión es el opio del pueblo, ha sido transcrito por el socialismo quedando en el Estado es el opio del pueblo. Dígamosle a los ciudadanos si pueden o no fumar a las puertas de los hospitales pero no les demos la confianza y seguridad de ser ciudadanos libres.
No se olviden que las campañas de prevención del tabaquismo apenas existen, sólo se enmarcan en las genéricas de drogadicción que en la mayoría de los casos se centran en las drogas ilegales y claro, como se explica que después de las charlas de rigor haya ponentes o profesores que salgan al patio a fumar. Doble moral.
Seamos serios si de verdad queremos erradicar el tabaquismo tendremos que hacer verdaderos esfuerzos en nuestra conciencia colectiva y eso es cosa de toda la sociedad.
Yo mientras tanto seguiré siendo fumadora pasiva porque no pienso renunciar a esos 3 minutos distendidos en la puerta, también tengo derecho, digo yo ¿no?.
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