En España, principalmente, y en otros países de nuestro entorno europeo, hay tres tipos de políticos: los funcionarios que están en política, los políticos que se creen funcionarios y los otros, profesionales de un oficio.
De una forma mayoritaria nos encontramos los dos primeros tipos y de una forma residual y extraña el tercero.
Independientemente de que compartimos determinadas características de nuestro sistema político con los de nuestro entorno también considero que parte de que esto ocurra se debe al diseño del sistema que se llevo a cabo a partir de la transición.
Las dos corrientes ideológicas, la izquierda, encabezada por el PSOE y la derecha, heredera del régimen contaban entre sus filas con numerosos funcionarios. En especial considero que el PSOE, que tuvo la tarea de engranar el sistema desde 1982 hasta 1996 (catorce años), favoreció que este grupo profesional contara con una serie de prerrogativas que le facilitarán la dedicación a la política. Excedencias, permisos, reservas de plaza e, incluso, hasta una opinión favorable, pues, al contrario que en el común de la sociedad, dentro del funcionariado no está mal visto dedicarse a la política.
Y así tenemos que un partido que se considera progresista (aunque a mi me gusta recordar que Bobbio dice que es antónimo ser progresista y socialista en una sociedad capitalista porque un progresista sólo buscaría profundizar en el capitalismo lo contrario que debe buscar un socialista) tenga entre sus filas un gran número de funcionarios, grupo que suele ser bastante conservador.
Pero dicha dicotomía también la encontramos en el PP, pues un partido que se dice liberal cuenta con muy poca gente provenientes de profesiones liberales, contando también entre sus filas con muchos funcionarios.
No vengo a denostar al funcionariado en este post, soy hija de funcionario y en más de una ocasión he pensado en opositar, sino vengo en esta reflexión a abogar por introducir en el sistema mecanismos que favorezcan que otros ciudadanos puedan acceder al ejercicio de la política. Y aquí entra en juego las tres características que enumero en el título: igualdad, mérito y capacidad.
Igualdad: hoy en día determinadas profesiones se encuentran predispuestas al ejercicio político mientras que en otras supone un hándicap difícil de sortear. Pensemos que un obrero a pesar de que constitucionalmente y legalmente podría ejercer libremente su derecho a ser elegible en la realidad nos encontramos con que su desarrollo laboral se verá repercutido de forma negativa y sus compañeros y ambiente laboral se enrarece muchas veces; mejor ni hablemos de sus posibilidades de promoción que se reducirían a cero. Esto se agrava aún más si estamos ante un profesional independiente o autónomo dónde cada tiempo que dedique a otra cosa que no sea su profesión será una pérdida de proyección y de dinero.
Si antes ya hemos hablado del primer tipo, funcionarios en política ahora toca hablar del segundo tipo, políticos que se creen funcionarios. Personas que hacen de la política una profesión y desarrollan toda su vida laboral al amparo de los partidos políticos, encadenando una y otra labor, algunas sin ningún tipo de relación causal.
Si para los partidos es conveniente tener funcionarios en sus filas por las prerrogativas profesionales de las que gozan, también les favorece mantener en ellas a estos políticos funcionarios porque le dan estabilidad a la estructura, al fin y al cabo son los que siempre están y se encargan de los resortes en horas bajas y de mantener la disciplina en las bajas y sobretodo, en las horas altas. Pero aquí tendríamos que hablar de la segunda característica.
Mérito: debemos hacer un ejercicio de autocrítica pero sobretodo de autoconcienciación de nuestras capacidades propias y de nuestros compañeros y no pensar que las horas, años e ilusiones al servicio del partido debe ser nuestra principal tarjeta para conseguir tal o cual puesto. Realmente los méritos deben estar concretizados en un ámbito, buscar que estas personas, comúnmente, fontaneros, se especialicen en una área de gestión, animarles y exigirles esa profesionalización por su propio desarrollo personal y el bien público. Son necesarios en horas malas pero aún aumentarían su valor si en las horas buenas no estuviera su labor ensombrecida por su función de engrase del partido.
Por último hablaremos de los raros, los profesionales en política, son pocos y duran poco tiempo. Se adaptan mal a la estructura fuertemente jerárquica, a los procesos de decisiones y al anclaje forzado por los fontaneros. Comúnmente acostumbrados a lidiar en el mercado dónde el individualismo y las ventajas competitivas marcan las leyes no conciben que circunstancias subjetivas interfieran en el mercado político. También ingresan con fuertes visiones ideológicas, ideas revolucionarias a corto plazo, que chocan con la visión práctica de aquellos que llevan más años y que, siguiendo los términos económicos, buscan resultados en el largo plazo. Pero estos profesionales vienen cargados de capacidad.
Capacidad: estamos ante profesionales con años de experiencia y especialización en áreas concretas, con aptitudes medibles para lograr el buen ejercicio de tareas, pero además suelen contar con el buen juicio de los ciudadanos y la confianza de éstos en el desarrollo de su profesión.
Como ya he dicho anteriormente, en mi opinión, faltan profesionales en política creo que en la situación actual si recurriéramos a ellos lograríamos que España fuese un país emprendedor y ambicioso capaz de generar valor de sus recursos y provocar cambios estructurales en el sistema que lo hicieran óptimo de generar empleo y bienestar.
Ya se sabe, un profesional o autónomo vive continuamente en un entorno hostil, ¿quién mejor que ellos para sacarnos de esta crisis?.
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